Yo veía las horas pasar como si fuese una estatua de piedra, de una piedra muy blanda, una piedra que al tocarla se te hundiesen los dedos y me atravesases totalmente. En realidad siempre he sido así, blanda, sensible... Pero con un gran caparazón que hace de escudo. Y ahí estaba, viendo pasar las horas, las horas de tu ausencia, queriéndote un poco más cada minuto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario